"Diecisiete a diecisiete. A estas alturas del partido cualquiera podía quedarse con la victoria. No se trataba ya de una cuestión de destreza o calidad. Sólo el destino podía decidir quién triunfaría. Ahora la contienda se trasladaba al Olimpo. Los dioses tenían la última palabra. Entonces, Arturo lanzó la bocha que definiría el partido..."